Mi padre solía decir que somos seres de costumbre y que
cualquier cosa que hiciéramos, por más original pareciese, era una repetición de
algo ya dicho. Para él, aunque sonara ilógico o una excentricidad de su parte,
el tiempo era tan solo una cuestión matemática. Números que se sumaban, uno
tras otro, para lograr la mente justificara los hechos de una manera coherente,
haciéndonos creer, aunque no lo asumamos, que somos ajenos de nuestro propio
reloj biológico.
Yo, en aquel entonces, me oponía a su visión. Tal vez era un
niño que estaba en su edad de rebeldía, que buscaba una figura paterna en la
cual forjar mi personalidad, aunque en el fondo sabía que él tenía sus razones
para decirlo. No era un mal padre, ni tampoco fui un buen hijo, pero pasamos
grandes momentos familiares, él en su laboratorio y yo metiendo mis narices en
sus inventos. Pero dentro de todo, no puedo quejarme, nosotros éramos felices.
Recuerdo, cuando tenía cinco años, que ese hombre con barba
de cenizas, mirada sin ocaso y manos arrugadas por la edad, me llevo a tomar un
helado a la plaza. Siempre había sido un hombre tranquilo, pero en ese momento
estaba nervioso, como si en el fondo supiera que no habría próxima vez. Me dejo
elegir el más caro de la lista, uno que parecía sacado de los colores de mi imaginación
y luego caminamos hasta un banco, elegimos aquel que estaba recubierto por la
sombra y nos sentamos allí.
–
Sabes
Lucio, siempre quise hacer esto contigo, pero jamás me animé –
Quería responderle que podríamos hacerlo de nuevo, pero su
mirada estaba perdida entre las nubes, como si hablara para sí mismo y no para mí.
–
No he sido
un buen padre para ti, desde que tu madre murió yo me encerré en el trabajo,
busque un escape y jamás le preste atención a quien tenía al lado. –dijo
mientras cubría su cara con el brazo, como si le molestase la luz, aunque su intención
era la de tapar sus lágrimas.
–
Pensé que así
viviríamos mejor, si a ti no te faltaba nada y tuvieras todo lo que necesitabas,
yo trabajaría el doble, o el triple, aun a costa de mi salud… –paró en seco
el monologo, saco su brazo de la cara y con la palma de su mano toco mi cabeza–
Eres todo para mí, hijo. –
Luego de eso, permaneció en silencio por un largo rato. Creo
que buscaba las palabras, tratando de hacerlas entendibles para alguien de mi
edad. Una vez que las encontró, giró su cuerpo hacia mi lado y empezó a
explicar:
–
Mira a tu
alrededor, podrás ver árboles, hacia abajo la tierra y arriba el cielo. –señalando
con su índice esos lugares. – También hay
cosas que puedes ver, hay otras que no. – cerrando su puño en señal de que
no había nada– Pero, aunque no las puedas
ver, existen igual que nosotros. –
Luego se paró, abrió sus brazos, cerró los ojos y una luz comenzó
a brillar alrededor de su cuerpo. No era uniforme, pero parecía recubrirlo por
completo. No daba miedo, pero me producía una sensación extraña. Era cálida, aunque
fuera de color negro y parecía tangible aunque no pudiera tocarla.
Sin moverse de esa posición, reanudo su discurso:
–
Esto que
ves alrededor mío, se llama aura, o al menos así le dicen en este mundo. Con
ella puedes hacer todo lo que deseas, desde mover objetos sin tocarlos, hasta hacer
que ese árbol seco del frente se llene de flores. Pero tienen un límite, ya que
usa energía de vida. En pocas palabras, te quita el tiempo que posees. –
–
¿El tiempo
que poseo? No entiendo papá –
–
Haz de
cuenta que tienes un reloj a baterías y por más que lo intentes de mil maneras,
no podrás cargarlo. Bueno, usándolo normalmente podrías llevarlo contigo diez
años, pero si decides retrasar la hora o ajustarla a tu antojo, haría que la
pila se gaste más rápido. Por lo tanto, de esos diez años te quedarían solo
ocho o nueve de uso. ¿Entiendes? –
–
Entonces
papá, si no hago esas luces, no se acabara mi batería. –
–
Algo así… ya
lo entenderás cuando seas más grande. Lo importante, que quiero que entiendas,
es que esto no se lo puedes decir a nadie. Ni a tus amigos, ni a tu profesora,
ni a nadie. –
–
Bueno. –
–
Confío en
ti Lucio. Si alguien se entera, es posible que aparezcan unas personas muy
malas y te lleven lejos… –
–
¿Lejos de
ti? –
–
Lejos de mí
y de este mundo. Un lugar de donde nunca podrás volver, por más que llores o
les hagas berrinches. –
–
¿Tú
estuviste ahí papá? –
–
Si, tanto
yo como tu madre nacimos allá. Pero no queríamos ese mundo para ti y buscamos
la forma de viajar a una dimensión donde la guerra nunca sucedió. Quizás
tuvimos suerte, o tal vez el destino no te quería en ese lugar. Sea como sea, prométeme
que jamás iras a ese lugar. –
–
¿Soy extraterrestre?
–
–
No me
esperaba esa pregunta –sonrió –Mira, tú eres tan humano como esos chicos
que están jugando en los columpios, la única diferencia es el lugar donde
naciste. –
–
Pero esos
chicos no hacen luces como tu papá –
–
Aun no,
pero si entrenaran o si estuvieran al borde de la extinción, es posible que lo harían
mejor que yo. –
–
No creo
papá, tu eres el más fuerte del universo. –
–
Ojalá lo
fuese, quizás así hubiera podido salvar a tu madre. –dijo melancólico.
–
¿Qué le
pasó a mamá? –
–
Mamá peleó
por ti, ella era una gran guerrera. –
–
¿También tenía poderes como tú? –
–
Si, ella
era una princesa Remit. Su aura era tan grande como esta plaza y dentro de su
campo podía modificar biológicamente todo. Podría transformar todos estos árboles
en espadas o moverlos a donde ella tuviera la ventaja. Tu madre era realmente
impresionante hijo y ella te quería mucho. Te eligió a ti, antes que a su
propia vida. Peleó para que tú estuvieras seguro y en paz, para que tuvieras un
futuro y libertad de elegir. –
Después de eso, me tomó firme de las manos y comenzamos el retorno a casa. Su expresión ya no era de nerviosismo, como si al decir la verdad se hubiera sacado un peso de encima. Sentía confianza, me la transmitía como nunca lo había hecho antes. Él era mi padre, su sonrisa era mi sonrisa y el mundo giraba en torno al pequeño espacio que construimos juntos.
Pero esa sería la última vez que lo vi, recuerdo que cenamos unos fideos instantáneos, los hizo en el microondas porque el calentador de agua no funcionaba. Terminó más rápido que de costumbre, dejó las cosas sobre la mesa y luego se dirigió al laboratorio. Cerró la puerta de un golpe, al rato hubo un sonido extraño y sin saber porque, me quede dormido sentado en la silla. Cuando desperté, él ya no estaba y sobre el escritorio había una nota:
“No me busques, estoy bien.”
De eso ya han pasado diecinueve años, en los cuales nunca deje de investigar, de aprender, con el único deseo de salvar a mi padre y vengarme de quienes mataron a mi madre. Fue un largo camino, pero luego de mucho intentar, encontré una forma de viajar hasta allá y rescatarlo.
Continuará...
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