‘’Ella tenía que
encontrar su collar,
antes que el lobo
volviera al lugar.
Ella debía avanzar,
cantar y jugar,
ya que si llora,
empezará a contar.
Dio un paso, cuan Adán
al Edén,
pues la oscuridad
parecía vaivén.
Matizó desde un simple
observar,
bajo esa luna que
olvidó iluminar. ’’
Cierro el libro sin titubear, he tenido suficiente
de él. Me ha gustado sin querer, lo he amado y odiado en partes iguales; habría
asesinado por sus hojas y mutilado inocentes si el clímax lo hubiere requerido,
y aun así, nunca me animé a leer su último párrafo. ¿Quién diría que mi mayor
miedo, habiéndome reído en la propia cara de la muerte en otras tantas
ocasiones, sería aquello tan irracional y estúpido, tan mundano y fantasioso, como
lo es un mísero final? Sólo mi profesor de literatura, o la chica que me
persigue a donde vaya.
– Sí, me refiero a ti,
acosadora linda– Grito para
mis adentros. Quizás, en un mundo paralelo donde jamás hubiésemos cruzado ni
una sola mirada, habría sido amor a primera vista. Pero aquí, donde soy
perseguido por una poesía de escritura fácil y poco original, somos tristes
extraños jugando en un infértil desierto. Ojalá aquel dado del destino, ese
donde los prodigios obtienen 12, nosotros hubiéramos sumado al menos un 7 de la
suerte.
Pero la vida, esa que otorga sentimientos por
cada amanecer y filosofía cuando pasamos hambre de ideas, fue injusta conmigo
desde el primer segundo. Pedí inteligencia, buena salud y alguien con quien
acobijarme por las noches; rogué entre nubes y sobre el silencio de unas pensativas
velas; prediqué confianza y fui un paragua bajo la lluvia de los desprotegidos
del camino. Y pese a todo, cuando lo cercano desapareció, la soledad me negó su
espalda y mi salvación estuvo en un libro abandonado.
Cierro mis ojos, trato de poner la mente en
blanco y dejar que el tiempo fluya. El universo es la única constante que
necesita mi realidad, la única variable que exigen mis quimeras corporales,
cuando el todo circundante es atrapado por el pesimismo. Respiro profundo
aquellos aires de libertad, fruto de conquistadores adictos a las glorias e
insulto con carcajadas mentales, proponiéndole al devastador pasado, por un
simple futuro con honor.
Siento una mano fría, tan gélida y frágil que
mis sentidos comienzan a adormecerse, tan cariñosa y desconocida que temo
olvidarla. Mi corazón se acelera, quiere saltar hacia atrás y mendigarle un
abrazo. Escucho una tímida voz, el viento acaricia estos tímpanos secos, los
lleva al paraíso de los cumplidos y los inmortaliza en mi interior.
– Gracias– expulsan
mis cuerdas vocales, en un intento ronco de expresarse.
– No hay de que– responde
con tono alegre. Puedo imaginar su sonrisa.
– ¿Por qué justamente
ahora viniste, podrías no haberte acercado y todo seguiría igual?
– Has dejado de avanzar,
de cantar y jugar. Por eso he llegado a ti.
– Imposible, eres tan
solo un cuento...
– Un cuento que sólo tú
podías leer y comprender, pero jamás terminar.
– No tiene sentido, no
existe una historia sin final.
– Sí, una que escribes
día a día y finaliza cuando mueres…
– No quiero oír más, vete
por favor.
– Ya es tarde para
escapar. Sé que lo has comprendido, pero tengo la obligación de decírtelo.
– Espera… ¿Puedo pedirte
algo antes de que hagas eso?
– Es inútil, pero
adelante, dilo.
– ¿Podría mirarte por
última vez?
– Está bien, hazlo.
Levanto mi cabeza y enfoco la vista en el punto
exacto que la intuición me indica. Veo una joven, arrodillada, temerosa y con
lágrimas en sus ojos. Le invito mi mejor sonrisa, esa que reservaba para los
cumpleaños, para los viajes con papá y mamá antes del accidente. Ella hace lo
mismo, pero sus manos sangran, su ropa desgarrada y teñida de carmesí se funden
entre charcos del mismo color. Caemos al mismo tiempo.
– ¿Ahora lo entiendes?
– Sí, ese libro era mi
existencia.
Tomo aquella obra y observo su portada. Sonrió
ante la ironía. ‘’Casa de los espejos’’ fue mi última lectura, mi principio y
mi final.
0 comentarios:
Publicar un comentario