‘’Por más que sueñes diferente, siempre despertarás de la
misma manera. Abrazarás las cobijas que nacen del alma, comprenderás al colchón
que absorbió las lágrimas de tu piel y luego olvidarás lo que antes soñaste, en
un ciclo que se repite noche tras noche. Sé que no es tu deseo, pero la normalidad es algo que tienes que
aceptar, aunque no te guste’’.
¡Permíteme soñar! -Gritó la famosa mujer, envuelta en
tristeza. Lejos habían quedado sus tiempos de gloria, de amores pasajeros, de
adulterio y desidia. Ella debía aprender a aceptarse, buscar la calma, madurar
y cuidar a sus hijos. Pero el tiempo le fue cruel, como un campo de girasoles
aplacado por la peste, donde las semillas solo traían culpa y los pétalos ayunaban
en silencio.
El trabajo fue la causa, o tal vez la consecuencia
inmediata, o quizás ninguna de las dos cosas. Lo único seguro era el proceso,
el sendero que le arrebato su corona, aquel infame cliché que galardona la edad
por sobre la experiencia, la imagen por encima de la sabiduría y al final, solo
una escalera descendente hacia el olvido. No hay infinito en la vida y no
existe muerte en la eternidad.
En su apogeo bebió en copa de trébol, se vistió con
empuñadura de conejo y luego fue la llama que enardeció las miradas. No podía ser
comparada, no buscaba ser idolatrada, no quería ser destronada, pero la envidia
ajena la corrompió. Era una tajada sin nobleza, como un pastel de cumpleaños
que ya conocía a su dueño, como un líquido espeso invadiendo sus entrañas, por
el solo placer de llevarle la contra al mundo. Y el mundo jamás la perdonó.
‘’Quien camina por el sendero del perdón, nunca verá las
huellas que lo condenaron y sus rodillas marchitaran ajenas a sí mismas, lejos
de cualquier verdad’’.
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