miércoles, 17 de septiembre de 2014

Las réplicas de un silencio abandonado.

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Aquel día fue diferente, en el fondo sabía que lo aparente del destino, no era más que una ilusión generada por el inconsciente colectivo, vacío del alma, en donde la imaginación se apiada de la realidad y la hace creer como una gran verdad.

Pero allí estaba, lejos y cerca, como una maratón donde corren miles de participantes y tan solo uno llega a coronarse. Quizás esa corona, ese manojo de laureles embellecidos por una prensa que anima, y también obliga, con el incentivo de que al vender, la próxima vez lo harás mejor. 

Pero yo no quería eso, te necesitaba, no como un camino para llegar, sino como un sendero por donde transitar la epopeya del amor. Y luego, alzarme ante ti como un Julio Cesar, que después de cientos de campañas, con las que libero su ansiada Roma, volvió victorioso y se apodero de ella.

Habías llegado en el momento prometido, cuando el minutero que marca las horas y aquel que hace lo mismo con la otra unidad, tocaron juntos el cielo. Era tarde para ti, era temprano para mí, y pese a todo pronóstico, accediste. ¿Quién diría que en la soledad de una plaza medio llena, con el verano tapizando los rincones y aquellas luces opacando la miseria de una ciudad destruida, tú resaltarías como lo haces? Nadie. Porque donde alguien desea sobresalir, parecer diferente, termina volviéndose igual que los demás, o incluso peor.

Pero tú no eras así, dueña de la costumbre, parisina de la rutina y heredera de la tradición. Tú eres mucho más que eso, como un ave que revolotea entre los surcos de las nubes y nidos azules tejidos de cielo. Como una princesa espejada dentro de un laberinto, muy oculto, en algún castillo medieval. Como un glorioso diamante, que sin pulir, hace brotar del sol un inmenso arcoíris. Como un universo donde las posibilidades, el principal antagonista de la duda, junta sus vértices y los aúna en un mismo punto. Como todo eso y mucho más.

Debería agradecer a la casualidad, aunque en el fondo sepa que no existe. Debería de repetir tu nombre una y mil veces, para no olvidarlo, para que se compenetre con los latidos y que el próximo sonido que emita sean aquellas siete letras. Porque mi voz no puede hacerlo, quiere y en el fondo lo desea, pero el viento no lo llevara hasta ti.

Miras el reloj nuevamente, las manecillas más pequeñas apuntan en paralelo al suelo, lo sigues con tu mirada y la desenfocas lo máximo posible. De tus ojos emanan las pertenencias de un Poseidón enfurecido. Esperas unos pasos que no caminan y las réplicas de unos zapatos llegando en tu dirección, como imanes buscando a su otra mitad opuesta. Pero estos hacen lo contrario, se alejan rápidamente y se pierden en la lejanía.

Por un instante fui feliz, ahora debo descansar en paz. Adiós mi amada y gracias por esta primera última vez.

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