-Estaré contigo, por siempre y para siempre, con el destino
en contra o hasta en el mismísimo apocalipsis. Porque sin ti, sin esa
contraparte de mi alma, ya no veré el sol ni las estrellas y mis noches se
perderán entre la soledad y el lado oscuro de la luna.-
Respiré profundo, como un socorrista que se sumerge bajo el
mar para salvar a alguien, los pies parecían fundirse con el charco de ideas
que creaba mi cuerpo. Pero igual quería saberlo:
-Tú... ¿Me amas?-
Bajé la mirada y por primera vez desde que la conocí, evite
mirarla a los ojos. Sentía miedo, tenía vergüenza, entendía que cualquier otra
palabra, mía como suya, podría hacer pedazos este mundo que construimos. Toda
la vida, y quizás hasta la propia muerte, parecía sostenerse de un castillo de
arena, pero yo no comprendía su base; si era de lodo y nos hundiría poco a
poco, o aún permanecían los cimientos que acolchaba el recuerdo y luego acobijó
la memoria.
Los segundos dejaron de sumar, los minutos pararon de contar
y las horas permanecieron estériles, porque un tiempo de latidos intermitentes
así lo quiso. El mundo quedó inconexo, al borde del abismo y alejado de su
propio infinito, la vida parecía tan inmaterial como esta ventana que tengo al
frente. Aun sentía mi aliento, las gotas de sudor que se juntaban en el cristal
opacado por la brisa cálida que salía de mi garganta. Quería gritar y no podía,
quería decirle que era un chiste, pero mi corazón no pretendía mentirle.
Mi cerebro garabateaba algo que los nervios no quisieron
traducir, estaba paralizado, como si hubiera despertado a un depredador, uno
tan grande que sería imposible de vencer con mis sentimientos. Estaba marchito,
como un otoño fundido entre mis huesos, como un frio invierno entre mis pálidas
manos, como la misma nada carente de nombres y también emociones. Necesitaba
asumir la realidad, ponerle fin al torbellino de sin razones, escuchar su
respuesta antes de proponer una solución y por esta vez, ser inmune a mis
propios pensamientos.
Escuché al silencio, observé las nubes tomar formas divertidas
antes de perderse bajo el ocaso y esperé en estado de alerta. El suspenso, la
intriga, el drama, todo dentro de mis tensos oídos. El aroma del atardecer se
fundía con la habitación, una burbujeante melodía replicaba desde lejos, la
humedad que se abultaba entre las grietas de la pared empezaba poco a poco a
oscurecerse y en un instante el sol desapareció.
Caminé hacia la puerta, cansado de esta constante muda,
furioso de este hueco sin sentido y triste de este ilógico sin respuestas. Yo
esperaba dos palabras, una frase que jamás fue devuelta y me hubiese rescatado
de la locura. Tan solo, un ''Si, te amo'' y nada más.
Nota mental: Para
la próxima, primero preguntar y luego desmembrar.
0 comentarios:
Publicar un comentario