martes, 24 de marzo de 2015

Bakumatsu Demonobatae: Bifrost

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–   Deme un segundo para que procese los datos…
–   Ok, pero que sea rápido. –respondo de mala gana.

Hoy sería un día para el olvido, algo que entendí en el momento que puse un pie fuera de la cama. Quizás lo mejor hubiese sido justificar alguna enfermedad, pasar una semana en la enfermería y olvidarme de todo. Luego hacer el tonto hasta que cayera la noche, esperar al cambio de turno y volverla a ver. 

Ahí, bajo el remanso de una noche traicionera, que tantas otras veces oyó mis pocas palabras, tomaría esa cintura de abejita y sonriendo ante su castaña mirada de princesa, le diría: 

Nicolle, mujer que haces vibrar mi alma y latir mi corazón, vengo a pedir tu mano. Sé que tal vez no lo entiendas, pero deberás creerme. Tú, pasión en cuerpo de afrodita, libertad en forma de esmeralda, eres quien despierta mis deseos más carnales y aquellos sentimientos más profundos…

¿Cuantas veces habré hecho algo similar? ¿Me estaré muriendo o tan solo estoy divagando por la presión de lo sucedido? No lo sé y tampoco quiero saberlo, porque me deprimiría. Alzo mis manos, en un intento de volver a la realidad, veo unos sucios guantes y los retiro, arrojándolos bien lejos. Observo la arrugada piel entre los nudillos, pálida por la falta de contacto con el aire y colorada por algún golpe que habré dado.

Pienso en mí mismo, en cuantas cosas podría haber hecho y no hice, en cuantas mentiras susurre en este tiempo. Quiero evocar lágrimas, o cualquier cosa que me haga parecer un buen tipo, pero dejo de hacerlo cuando me doy cuenta del absurdo. El raciocinio me trae de vuelta, no deseo morir varado en medio de la nada y que mi cuerpo sea violado con sus experimentos. 

Dejo la estupidez a un lado y me levanto, aunque no quiera. Ubico el comunicador a escasos centímetros de mí, deseo pisarlo, romperlo en mil pedazos, pero me abstengo. Lo tomo entre mis manos y lo acerco al oído, necesito escuchar que vendrán a socorrernos, pero no hay respuesta alguna. Aquel burócrata nunca podrá tomar una decisión por sí mismo, nunca podrá salvar a alguien bajo esa forma de perro doméstico y yo seré su consecuencia.

Rio para mis adentros, si la situación fuese al revés lo hubiera tildado de loco y denegado cualquier tipo de auxilio. Quizás por esto nunca llegaré a ser jefe y me convierta en un linyera cuando acabe la misión. Comer basura, ser un desecho y pudrirme en una ciudad llena de intereses, sin medalla y sin gloria. Algo que suena horrible, pero aun así, es una mejor opción antes que caer aquí.

Golpeo mi cabeza contra la tierra, tratando de hundirla lo más posible y que el dolor me acomode las ideas. Doy unos puñetazos al tejido inerte bajo mis pies e insulto al aire con todas mis fuerzas, maldigo al cielo para que no vuelva a llover, al sol para que no aparezca otra vez y a esa pelota negra descendiendo hacia mí.

Espera… ¿Dije pelota negra?

¡MIERDA, MIERDA, MIERDA! 

Si algo faltaba para ponerme en un estado aún más psicótico, es ver que un objeto desconocido y con dudosas intenciones se acerque lentamente. Quizás lo mejor por ahora es empezar a correr y esconderme, pero no puedo dejar a mis compañeros varados ni alejarme demasiado en el caso de que vengan a socorrernos. 

Por ahora tan solo les avisaré, ellos saldrán de la carpa y juntos veremos qué hacer. Aunque también podría no decirles nada, que el objeto pase de largo y todos felices. Pienso un segundo, me doy cuenta de que no puedo suponer nada y les grito:

- Gente, salgan ahora porque se viene la gorda.
- ¿Aun diciendo tonterías Iván? – responde Isaías, con voz burlona.
- Ese chico necesita un examen psiquiátrico urgente –agrega Estefanía.

Creo que me están tomando para chiste, escucho sus risas desde adentro, parece que no tienen intención de salir. Me hago una nota mental: No dar la imagen de bufón, porque las primeras impresiones cuentan. Respiro hondo y les doy una segunda y última advertencia:

- Energúmenos sin vida, estiércoles de cocodrilo, salgan ahora que viene un OVNI en su dirección.
- ¿Qué estás diciendo idiota? –furioso. - Ve a alucinar solo o con tus amiguitos imaginarios.
- ¿No has sido un poco cruel con él Isa?... ¿Y si tiene razón? –dice dubitativa.

Esa fue la gota que rebalsó el vaso, por mí que se los lleven. Es más, aquí tengo una luz de emergencia que colocaré a modo de cartel. Me aproximo de forma sigilosa y les dejo el pequeño faro a modo de antena. Junto las palmas a modo de ofrenda y me arrodillo como hacían los tibetanos al dar un regalo a sus dioses.

Aún sigo sin entender de donde saqué esta terrible idea, pero de momento parece funcional. Aquel objeto debería ya estar sobre mi cabeza, tiemblo ante la idea de ver a marcianitos tocándome el hombro o diciéndome cosas con la mente. Decido pensar en Estefanía y su larga cabellera rubia, sus largas piernas y sus pechos…

- AYUDANOS IVÁN –gritan ambos al unísono.
- Tarín taran tararan –respondo tarareando un tema de ACDC
- Eres un idiota aun en situaciones límite –dice mi compañera 
- La rubia de la enfermería es lesbiana –agrega Isaías fatigado y con tono burlesco.

Podían meterse con quienes quisieran, no me molestaba en lo más mínimo, pero insultaron a mi musa y eso provocó la ira de Zeus. Abrí los ojos, como si fuera un dragón ninja y corrí a encestarle un golpe en la mandíbula. Salté al bicho verde de tres ojos con piel de babosa, evité el ataque de otros dos iguales al anterior y, flexionando mi espalda hacia atrás, esquivé un tentáculo que llegaba desde la posición opuesta.

Sin esperar, saco dos granadas de humo y las dejo caer para crear una distracción, luego hago un pequeño brinco para evitar el tentáculo subterráneo y finalmente ruedo para sortear uno dirigido a mí casco. Ya faltaba poco, el traje me alertó la proximidad a un explosivo, decido no hacerle caso y acelero aún más. Aquel mal nacido necesitaba aprender modales, algo que ahora le enseñaría gustoso y a la fuerza. En ese instante escucho un sonido, un clic metálico similar al de pisar una mina, me doy cuenta de mi error pero ya es demasiado tarde para detenerme. 

El ruido del comunicador, que milagrosamente se hallaba a unos pocos centímetros, me devuelve a la realidad. Sin darle posibilidad a la duda me inclino un poco y lo llevo a mis oídos.

Luego de… (interferencias)…
¿Me escuchan? ¡Necesitamos ayuda urgente! –elevando mi voz todo lo que podía.
… hemos decidido concederle… (interferencias)
¡Maldita sea! ¡AYUDA! –grito aún más fuerte.
Un grupo de apoyo… (interferencias)…

Sin darme tiempo a seguir hablando, los 3 insectos se abalanzaron sobre mis compañeros y usando sus tentáculos, que salieron de alguna parte de su verdosa y musgosa espalda, los levantaron en el aire, comenzando a succionarlos sin piedad. Vuelvo mi atención al comunicador e intento por última vez:

–   ¡¡¡AUXILIO!!! Se han llevado a mis compañeros y vienen a por mí… POR FAVOR NO…

Arrojo el comunicador y me dispongo a contraatacarlos, no podía soportar verlos morir aunque no me agradaran, ellos eran humanos, soldados y camaradas. Merecían una muerte más digna, en batalla o con sus familias. Tomo con fuerza las últimas 2 bombas y corro hacia ellos, eso que pisé parece que atrapó mis pies, le resto importancia y salto como jamás salté en mi vida.

En mi mano izquierda tenía la llave para liberarlos y las arrojo como aprendí en mis clases de béisbol. Una de ellas da en el blanco, desmaterializando al bicho y la otra se dirige al mismo lugar donde no había nada a que atinarle. Caigo preso del pánico, si el ser ya no estaba en ese lugar, lo que seguía detrás eran…

–   ¡Por lo que más quieran! ¡¡¡MUEVANSE AHORA!!!

Sabía que era demasiado tarde, mi inoperancia y mi falta de tacto en esta situación, pelear contra lo desconocido, todo fue un maldito error. Sus últimas miradas, creo que me regalaron la mejor sonrisa que jamás volveré a ver. Para ellos había dejado de ser un bufón hacía rato, era su última salvación y aun así, aun de esa manera, los volví a decepcionar. 

No hay sonido, solo un flash de luz y un vacío que traga todo a su alrededor. Luego un grito ahogado, ya no hay tentáculos, ya no hay nada más allí. Diviso a Isaías, su tez morena humedecida por las lágrimas, su mandíbula abierta y sus ojos sin vida. Luego miro hacia el costado, Estefanía abrazada al fallecido musculoso, pero de ella solo quedaba sus brazos. 

Quiero echarle la culpa a alguien, aunque sepa que cuando mire al espejo ahí estará el asesino. Caigo al suelo, no busco caer bien ni estoy preocupado por lesiones. Siento que alguien tira de mis pies, me arrastran hacia el objeto negro, pero ya no tengo energías para seguir peleando. No puedo pelear en una batalla donde ya perdí. 


Cierro los ojos y dejo que me lleven.



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