martes, 30 de junio de 2015

El karma también tiene bigotes

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Ella tenía que encontrar su collar, antes de la cita, o podría perderlo para siempre. Sabía, por oídos de su madre, aquella metiche conocedora de cada rumor del pueblo, que su pretendiente había invertido una fortuna en comprárselo. Incluso, aquel hombre sin movilidad propia, tuvo que rogarle de rodillas al ferretero, quien accedió a regañadientes, para obtener prestado uno de sus caballos y así, luego de tres largos días, llegar a la ciudad.

—Hay que ser tonta mija, fíjese bien debajo de la cama —señaló con insistencia aquella mujer madura de descendencia polaca, haciendo hincapié en el pequeño espacio junto a la pared.

—No sé, no sé, ya di vuelta completa la pieza —replicó la veinteañera, levantando un poco su vestido primaveral para evitar ensuciarlo. Era el único sano y debía cuidarlo hasta el final de la noche, o debería de vérselas después con su alocada prima.

— ¡Seguro fueron los ratones! —mientras alzaba sus avejentadas manos, propias de una persona que ha trabajado demasiados años con hornos a barro, y dejaba caer una despeinada escoba que traía consigo. —Le dije cien veces a tu hermano que pusiera trampas, pero el muy vago seguro que se lo gastó todo en alcohol —desviando el tema a conveniencia.

—Ves, por eso no quería decírtelo —inflando sus cachetes—, te ponés paranoica y querés tener siempre la razón.

—Ese no es tono para hablarle a su madre jovencita —gritó desde la otra sala un hombre con pinta de español y vestimenta gauchesca.

— ¡Ella empezó! —oprimiendo sus puños junto a su cuerpo. —Siempre acá la mala soy yo.

—Tranquila hija…—acercándose al lugar— a ver, contame, capaz que te pueda ayudar.

—Perdí el collar—a punto de romperse en llanto— y si él se entera, seguro que me va a dejar por otra…. Alguna mujer más considerada, más linda y…

—Ah… el collar —colocando su puño bajo la barbilla—, lo llevé a la policía.

— ¿Qué hiciste qué? —corriendo hacia la ubicación de su padre.

—Verás, nosotros no tenemos dinero para comprar eso, entonces pensé… bueno, creí, que se le había caído a alguien —su voz parecía más bajita conforme avanzaba su explicación—. Sabés que no está bien quedarse con cosas ajenas…

— ¡PERO ESO ERA MIO! —sus ojos habían perdido toda la cordura.

— ¿Usted está loco? Va ahora mismo y se lo busca —abrazando a su hija en pos de tranquilizarla—. Y ni se le ocurra volver sin el collar de la niña.

Aquel hombre, tan respetado por todos, había sido derrotado sin tener siquiera derecho a réplica. Agachó su cabeza, en señal de sumisión y dio a entender que arreglaría ese error a como diera lugar. Se tambaleó hacia la puerta, tomó el abrigo de cuero, observó por última vez a su familia y avanzó hacia la salida.

—Volveré, no se preocupen y disculpas —mientras se colocaba el sombrero y les daba la espalda.

Alcanzó a oír algo similar a un insulto, pero decidió hacer oídos sordos. Sólo esta vez lo dejaría pasar, ya que el poco dialogo que tenía con ellas, su temple de persona dura, habían generado el problema. No era hora de seguir peleando, la madurez enseña que muchas veces es mejor callar a quedar como tonto.

Abrió su chaqueta, ubicó ese bolsillo oculto para emergencias que disimulaba con un parche de mantel y extrajo de allí un cigarrillo sin filtro. Se quitó los lentes, apuntó con ellos al sol teniendo cuidado de no mirar directamente hacia la luz, y a modo de lupa, encendió uno de los extremos del cilindro. Ubicó el otro punto en la comisura de sus labios e inhaló como le enseñaron en sus clases de natación.

Tosió un poco, años sin fumar y la primera calada la dio con un tabaco reseco. Sus pulmones deberían de aguantar, se dijo a modo de aprobación personal y sin darse tiempo a dudar, empezó a caminar hacia la casa del sargento. Saludó con una mano al ferretero, quien consideraba demasiado hablador para su labor, bordeó la plaza donde solía jugar a las escondidas y, justo al frente, o mejor dicho dos casas contiguas desde donde cruzó, llegó a destino.

‘’La mansión del bigotes’’, una linda forma de describirla, aunque de mansión no tenía nada. Parecía, más bien, un iglú rectangular con dos leones de yeso y algunas macetas puestas de forma arbitraria. Las puertas eran lo suficientemente altas como para hacer sentir a uno pequeño, y sus ventanas, lo suficientemente puertas para la gente normal. –Linda casa para hacer un museo- le supo decir una vez el chico que traía el periódico.

Tragó saliva, no cualquiera iría en estas horas a molestar, mucho menos a una autoridad, por lo que ideó una serie de ocurrentes pretextos:
—Esas perlas son un tratamiento experimental para curar una enfermedad en la piel de su hija…
—El collar contenía magia y le fue dado para quitar las malas energías del lugar…
—Fingir demencia y culpar a los marcianos…

Luego de repasar mentalmente cada una de las posibilidades y entender el absurdo que suponían, prefirió mantenerse en la senda de lo correcto, aun si el ridículo fuese peor que sus mentiras. Dio un aplauso silencioso en el aire, como un comediante antes de entrar al escenario y prosiguió su marcha triunfal hacia el interior de la sabana artificial, mientras tarareaba un tema de Gardel.

—Oiga jefe, ni se le ocurra pisarme las gardenias o va derechito a una celda —sentenció un hombre regordete de mediana edad, vestido de jardinero y con pantuflas azules.

—Mire que si lo veo así vestido, me da a pensar que usted ya se ha retirado —con una sonrisa de oreja a oreja que implicaba complicidad.

—Aunque no lo crea, con esta ropa y mi gran presencia, tengo las mujeres rendidas a mis pies —depositando la regadera en el cuidado césped—. Deme un segundo a que termine con esto y lo invito a tomar algo.

—Ningún problema, tómese su tiempo —sacando otro cigarrillo de su bolsillo secreto.

—Espere un segundo —mirándolo fijamente—, si se entera su señora lo mata y yo no quiero ser su compañero de cajón —volviendo la atención a unas pequeñas margaritas—. Así que hágame el favor y deje eso.

—A usted no se le quita lo policía ni en tiempo de descanso —con cierta irritación en el habla.

—Ya deje de gruñir, o los vecinos van a pensar que tengo un perro nuevo —reluciendo su dentadura postiza—. Respire aire puro hombre —abriendo sus brazos de par en par.

—Sí, tan puro que me da alergias —dirigiéndose a un ornamentado sillón de exteriores, ubicado a pocos metros del ingreso a la casa.

—No me diga que ahora también detesta las flores —estirando un poco su espalda luego de haber finalizado—, en tal caso, creo que usted necesitará llamar a un abogado —pasando por el lado de aquel conocido e ingresando al recinto.

— ¿Abogado? —mientras observaba a un gato negro escabullirse hacia dentro. —Esta patria necesita más gente con mano de obra que comedores de libros —haciéndole gestos al animal para que se metiera de una vez, cosa que aquel mamífero entendió a la perfección.

—Cuando tiene razón, tiene razón —regresando con una botella de cerveza alemana y dos grandes vasos.

— ¿Usted sigue teniendo esa enorme pajarera en el sótano? —tratando de que su maléfica risa no lo delatara.

—No sé a qué viene la pregunta —con cara de sorpresa—, pero le voy a contar, ya que lo veo interesado en el tema —sentándose en un espacio libre a la izquierda del invitado.

—Sí, con mi esposa estábamos con ganas de comprar un periquito y bueno, si alguien sabe de estas cosas es el sargento…—mostrando un falso interés.

—Me alegra saber que aún me tiene en cuenta —llenando uno de los vasos y entregándoselo a aquel inteligente conocido—. Verá, ayer me trajeron un ave muy difícil de conseguir —sirviéndose a sí mismo y bebiendo un sorbo—, dos pequeños diamante mandarín color rojo —mostrando felicidad—, que si logro que se reproduzcan me van a hacer millonario.

—Mire usted lo que se traía escondido —dando una palmada en el hombro a tamaño genio bajo las sombras de un techo artificial—. Y dígame, ¿se acuerda de cerrar las puertas interiores antes de salir? —sonriendo de oreja a oreja.

—Otra pregunta sospechosa —levantando una ceja—. La respuesta es no, el mal diseño de este lugar hace que casi no tenga ventilación —cruzándose de brazos pero sin soltar su alcohólico cáliz—, aunque a mi señora le molestan los sonidos que hacen y me obliga a dejarlos encerrados por la noche —agregó pensativo.

—Hablando de eso, no he visto que hayan salido a regañarlo como de costumbre —observando la ya evidente puesta de sol—. ¿Se encuentra bien su esposa?

—Sí, ahí anda, fue a sus reuniones materas semanales con sus amigas —levantando la botella en sinónimo de rellenar otra vez aquel pequeño tanque de líquido.

—Eso es bueno —enseñando la palma de su mano como señal de negación—. De seguro que se estará quejando de su nuevo fetiche personal.

— ¿Fetiche? —Casi escupiendo su bebida— Debería de estar agradecida por mi gran sentido emprendedor —quedando helado al decir esta última frase.

En ese momento, una sombra negra, furiosa y con sed de sangre aparece en escena. El aire se torna pesado, los niños dejan de columpiarse, las aves esconden sus polluelos dentro de los nidos y las flores, bueno ahora parecen crisálidas. Camina hasta la posición de aquellos dos indefensos hombres, ubica al calvo y le dice:

— ¿Así que emprendedor eh? —Pregunta la opulenta mujer vestida de gala y en posición combativa.

—Era un chiste amor —escondiendo el recipiente de cerveza detrás de sus piernas—, cosas que uno dice entre colegas pedacito de cielo —mostrando transpiración hasta en los bigotes.

—Pedacito de cielo vas a ir a conocer vos atorrante —haciendo sonar sus nudillos—, cuando te mande de una patada a las nubes —señalando sus zapatos con tacones de punta.

—Y de seguro allí te encontraré —sonriendo nervioso—, mi ángel bello de la creación.

—Vos y tus frasecitas me tienen harta…—dándose cuenta que había otra persona junto a su cónyuge
— Perdón, no lo había visto señor —acomodando rápidamente su larga y lacia cabellera negra—, sepa disculpar nuestra exasperada charla marital.

—Ningún problema señora, estaba de paso –bebiendo lo último de aquel tibio brebaje y depositando el vaso en el reparo de la ventana—, tenía un pequeño inconveniente pero mejor vuelvo mañana.

—Cuéntenos, mi marido lo ayudará en todo lo que pueda, ya que es un oficial de ley a tiempo completo —brillándole los ojos, fruto de estar ante primicia de un nuevo rumor.

—Espera corazón, yo no dije nada de…—instante donde recibía un golpe en el estómago y lo dejaba sin aire.

—Perdone nuevamente a mi marido, él es muy chistoso —abrazándole fuerte desde el cuello—. Hable ahora y no se olvide de ningún detalle —apretándolo aún más.

—Que espera hombre, haga lo que ella dice —intentando escapar de esa llave mortal.

—Bueno, verán, ustedes saben que tengo dos hijas mujeres y uno varón —con voz temblorosa— y la más chica está por casarse…

—A los hechos don, a los hechos —agrega la impaciente señora.

—Resulta que la más chica tiene un pretendiente y él le regaló un collar carísimo —observando la ya acomodada luna—. Yo no estaba enterado y se lo terminé dando por error a su esposo.

—Imposible, ya lo envié a la capital y tardará un tiempo en que lo devuelvan… si es que lo hacen, claro —responde, levantándose de forma súbita e ingresando al hogar.

—Bueno, que se le va a hacer—arqueando su espalda en forma de derrota—. Cualquier cosa me avisa.

—Será acaso… espere un segundo —oprimiendo su bufanda con rabia— ¿Sabía usted que hoy cumplimos 15 años de casados?

—Felicidades señora, hubiera sabido antes y les traía un pan casero para que acompañaran en la cena —mostrando una leve sonrisa.

—Pero hoy ocurrió un hecho curioso que me dejó anonadada —omitiendo el comentario anterior de su vecino— mi marido, que nunca de acuerda de las fechas, hoy me trajo un regalo de aniversario…

—Ya es hora de que se marche colega —gritó desde la ventana de la cocina—, no es seguro andar de noche por la calle —haciéndole gestos a su esposa para que entre.

—El sargento tiene razón señora —acelerando el paso—, mejor vuelvo mañana…

—No —agarrando su brazo—, usted se queda hasta que arreglemos esto —momento en que se quitaba aquel listón de lana y dejaba ver su musculoso cuello—. Mire el collar que me ha regalado —levantándolo un poco con sus dedos—. ¿Le suena familiar?

Aquel hombre con descendencia vasca y de pobre visión, se acercó a pocos centímetros del aperlado objeto, pero aun en ínfima distancia no pudo distinguirlo. Intentó olfatearlo, a sabiendas de que el aroma a harina era algo indiscutible para él, aunque el perfume que expelía aquella dama lo dificultó. Por lo que hizo lo más racional en su caso, degustarlo. Sacó su lengua y probó aquel duro caramelo.

Por detrás, el sonido de una escopeta siendo cargada con la rapidez de un cohete, la esposa ruborizada ante tamaño atrevimiento y su vecino determinando el veredicto.

—Sí, ese es el collar que le entregué a su marido —mirándola de forma seria y honesta.

—Encima de mentiroso —bajando el arma—, también toquetea mujeres de otras personas…

—Vos te callás —desprendiendo el pequeño seguro de la cadena—. Andá pensando en donde vas a vivir de ahora en más —depositándolo con suavidad en las manos del legítimo dueño—, sabés que odio a los mentirosos.

—Muchísimas gracias señora, ya le enviaré algo en compensación —dándole un abrazo y luego caminando hacia su casa.

—Usted me las va a pagar, ¿me oye? Me las va a pagar —gritando con una locura impropia—. Y no se olvide de cerrar las puertas y ventanas de su casa, o pueden surgir accidentes… ya sabe cómo son los ladrones de hoy en día.

—Lo mismo para usted sargento —sin darse vuelta—, el karma también tiene bigotes.

— ¿Bigotes? —preguntó extrañado.

—Tiene bigotes, cuatro patas y araña…

—Bigotes… cuatro patas… araña… ¿Un gato? —Abriendo sus ojos de par en par— Mierda, ¡mis pequeños mandarines! —Tomando su rifle y perdiéndose en el interior del hogar.

Acto seguido, abrió su chaqueta, ubicó el bolsillo oculto para emergencias, sacó los cigarrillos que le quedaban, los hizo un bollo con sus manos y los arrojo a la calle. Tomó el collar, sonrió victorioso y lo guardó allí, junto a la dirección del adiestrador de gatos.

Fin.

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