lunes, 24 de marzo de 2014

El vendedor de los Buenos Humos [Parte 1]

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-Bien. -hace una pequeña pausa e inhala profundamente- El tipo era un romántico. Un conocedor de la vida. Alguien que podía leer la realidad como un Shakespeare, interpretarla después como un Freud y debatirte, finalmente, como si fuera un Gandhi. Ese era Él.

-Entiendo-.

-Nadie se animó a hablarle a la cara, no porque el fuese o tuviese una deformidad, más bien por su status quo del macho Sócrates. Nunca había estudiado griego, ni sabía de latín, pero su fe era la de alguien que había luchado en las cruzadas. Todos pensamos, incluso, que él escribiría epístolas y sería un nuevo Jesús… -Ríe irónicamente- pero su identidad agnóstica nunca lo permitió.
-Entonces, no lo conocían-.

-Conocer, siempre fue conocido, pero nunca reconocido como tal. –Mira detenidamente, en un intento de apreciar el paisaje y compenetrarse con el ambiente-Él era amigo hasta del viento, pero jamás ostento por su brisa. –Dirige sus ojos hacia una pequeña biblioteca en el fondo de la habitación.- Recuerdo, viniendo en tema, la vez que intento escribir cuentos para niños. Empezó como un Borges Homérico, relataba los hechos policiales como Ilíadas y los hábitos comunes como Odiseas, para luego sintetizarlos como un Cortázar. Los vendió como pan sin levadura, al principio eran ricos pero al final se hacían intragables…

-Tal vez, les tenía poca confianza-.

-Ahí te equivocás, hasta el mismísimo Dios lo tenía como su mano derecha. Era cuestión de escuchar algún problema, de esos que las políticas actuales evitan resolver, esperar a que su cerebro surrealista lo imagine… -Cierra sus ojos, como si estuviese vivenciando una obra teatral- Generalmente tomaba unos segundos –Mueve sus dedos, en alguna acción mental que suponía contar números- para que, como si fuese arte de magia, le encontrara alguna solución lógica. –Suspira- Como el caso del pintor francés, ese que había caído a nuestra villa por casualidad; ¿Quién habría dicho, que luego de conocer al maestro, se volvería híper famoso? ¡Ni su sombra lo creería! Pero así estamos, como queremos estar. –Inclina su cuerpo hacia adelante, tratando de darle énfasis a su monologo- ¡Él le enseño muchísimo! Parecía un Miguel Ángel exponiendo su Capilla Sixtina, esa donde las ilusiones angélicas brillan en eterna realidad…

-Perdón que lo interrumpa, pero… ¿Recuerda el nombre del pintor?-.

-Para nosotros era Pablito… -Rasca su barbilla y posa su mirada en una araña que circulaba por el techo- un pibe pulido a la antigua. –Sonríe- Alguien común y corriente, de esos que no das un centavo pero valen millones… Si, si, así era… Inclusive, te digo más, supo pintar un retrato de Blanca. –Pausa abruptamente su discurso- Que en paz descanse… –Hace una reverencia en el aire y luego prende un cigarrillo- En fin, muy lindo. Colorido como cine de los ’40, pero inentendible. –Se pone de pie- Para que te des una idea –Toma el sillón donde antes estaba sentado- era similar a este sofá, solo que tapizado de ojos y sobre un fondo desértico.–Dirigiéndose hacia la ventana y apuntando hacia el cielo- con aves de zapato rodeando un sol con forma de reloj. –Suspira y vuelve a tomar asiento- Todos quisimos preguntarle, pero ya se había marchado.

-¿Cómo reaccionó aquel excéntrico ante esto?-.

-Con naturalidad. Nos dijo que tenía un significado especial, con el cual nos deberíamos de sentir agradecidos. Sus palabras fueron, si mal no recuerdo: ‘’El desierto es el mundo inconexo, acelerado en tiempo pero vacío de sentimientos, donde las personas trabajan para cumplir el sueño de ser alguien y volar lejos; hacia la tranquilidad; hacia la comodidad. Buscando un lugar donde los miren por igual sin ser despreciados, sin ser rechazados. Ese lugar es el diván, nuestra villa. ’’

-Interesante… Pero ya nos hemos pasado de hora y debo dialogar con los demás pacientes antes de las siete. Le propongo otra cita el jueves. ¿Le parece bien?

-Si doctor. –Camina hacia la puerta, deteniéndose un paso antes de salir. Gira su cabeza hacia donde está el profesional y dice- Tan grande es la ciudad y el único diván que encontré lo tiene un psiquiatra…

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