lunes, 4 de agosto de 2014

La venganza de las margaritas.

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La tipa se puso la campera, miró a detalle sus zapatos, dio un beso al aire y se dirigió directo al balcón. Notó las cortinas moverse y captó al instante cual era el mensaje, bajó su mirada e hizo una mueca triste, si el invasor se animara quizás el destino podría ser diferente. 

Colocó sus delicadas manos en la barandilla, estaba caliente, luego caminó hacia derecha sin soltar el metal, llegó hasta la esquina y se frenó en seco. Sus manos temblaban como una campana que acababa de anunciar las doce, su cabello agonizaba ante la impericia del viento y su corazón esperaba el último latido, pero aun así trató de mantener la calma.

Se dijo a si misma que hoy no debería de haber regado las flores, ellas hubieran aguantado unos días más, cuando el lluvioso invierno retomara su control sobre el clima. Pero era tarde para lamentarse, debía asumir las consecuencias de su descuido y ganar algo de tiempo.

-Debería cantar y de esa manera llamar la atención de algún transeúnte despistado- pensó.

-Tal vez no sea tarde, después de todo aquellos años en el teatro algo me enseñaron- sonrió sin hacer muecas.

Subió por la barandilla, colocó ambos pies en el espacio que ocupaba el tercer barrote, abrió sus brazos, inhalo profundo e hizo vibrar las pequeñas cuerdas vocales. De sus labios surgieron unas hermosas melodías, dignas de una cantante de ópera, pero sin la magia teatral que caracterizaban aquellas actuaciones.

El sol pronto empezó a perseguir al horizonte, como queriéndolo alcanzar y en unos instantes el cielo se tiñó de sombra. El toque de queda había comenzado, aquella sociedad se retiraba a la seguridad del hogar y al cuidado de sus seres queridos. Se lamentó por no haber hablado con Juan, haberse burlado del trabajo de Carlos y haber destruido el matrimonio de María.

Cerró sus ojos, imagino por última vez sus preciadas margaritas, tragó saliva y admitió su final. Ya era hora de aceptar que nadie se detendría a salvarla, no hay príncipes donde no están las princesas y no hay dragones si no existe héroe a quien derrotar.

Rendida, se decidió a hacer lo que estaba prohibido, el asesino solo mataba a quien le miraba el rostro y ella no es alguien que ignorara a los extraños.


Quizás si la situación fuese diferente, lo habría invitado a tomar aunque sea un té y luego hubieran tenido sexo como dos personas normales. Pero él no era normal, era adicto al aroma de la sangre, el sabor de la locura y el abrazo de la muerte.

Lo siguiente sucedió en milésimas de segundo, vio el rostro de María y luego aquel cuerpo comenzó a alejarse. Comprendió al instante lo que sucedía, no era la asesina quien se alejaba, sino ella misma y no hacia atrás, sino hacia abajo. Divisó las margaritas y no retiró su mirada hasta el impacto. Un golpe en seco y la venganza fue consumada.

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