viernes, 1 de agosto de 2014

Una historia equivocada.

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Aquel niño de la calle Viamonte, con padres separados, madre soltera y complejo de Edipo, vio florecer su identidad andrógina de la peor manera, en un pequeño apartamento de mala muerte. Un cenicero descontrolado, humo de existencia barata y colillas de una vida que jamás conoció, pero aun así deseo tener. Paredes destruidas como sus sueños, grafitis tatuando la agonía y humedades entre rincones traicioneros.

Temple de fe, inocencia perdida hace unos instantes, una brazo opresor y la mirada severa de aquel abusador, nada más que eso le quedaba. Nunca lo pidió y aun así fue arrastrado como la peste, algo que la sociedad rechaza y tilda de diferente. Él quería ser fuerte, ganarse la vida deforma digna en un mundo hipócrita, con papeles de garantía dudosa y fue engañado.

Una charla, un currículo ignorado, sonrisa encantadora y un auto esperando su llegada. Un hombre grande, orador de poesías y un contrato firmado con sangre. Una noche antagónica, semáforos mentirosos, un camino enrevesado y un hogar bajo la sombra. El sonido una puerta que se cierra, el chillido de los neumáticos alejándose y un paño frío que asfixiaba los sentidos.

Una cama desubicada, un colchón envenenado, reflectores malditos y una cámara adueñándose de la intimidad. Lágrimas de cera, serpientes como dedos y la madriguera de un conejo sin instintos. Gritos ahogados, dolor que desgarraba, sudor a carcajadas y llegada anunciada. Cerró sus ojos, rezó cuanto le habían enseñado, vacío la copa de sus sentidos y agonizó con las palabras.

Una afortunada desdicha, una muerte con segundas opciones y un manojo de piel sobre su pecho. Un auto encendido, dos hombres con traje de ira, una bolsa en la cabeza y manos arañando unos brazos firmes. Lagrimas hundiéndose en el mar, una historia equivocada y una sociedad que pronto lo olvidó.

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